09 abril, 2013

Aristarain Gigante. // a propósito de la retrospectiva a Adolfo Aristarain, BAFICI 2013.




Aristarain Gigante.




PEDRO GARCIA: ¡Nosotros, miserables desahuciados, gente echada a la basura,
escoria pura, vamos a luchar y a crecer, hasta que lleguemos a tocar la luz... Seremos gigantes...!

(del guión cinematográfico de La bandera, de Adolfo Aristarain y Mario Camus)



No es imposible lograrlo. Hay una opción para rebelarse contra la riada que nos lleva en la vida a vivir acorde a una manera de pensar impuesta, sea buena o mala. No la juzgamos. Observamos esa rebeldía y esa necesidad de armarse a uno mismo, como si se fuera un autodidacta del cine, de la vida, porque el Cine también es la Vida, una manera de ganársela, sin jefes, con libertad. Un joven de veintitrés o veinticuatro años puede apasionarse por un oficio como el cine, y estar dispuesto a poner cafés o enseñar inglés al actor de turno, hablar el idioma que haga falta para estar en un rodaje, para respirar el cine tal cual se hace. Enseñar inglés fue un tatuaje para Adolfo Aristarain, para alistarse, intentar aprender y estar dispuesto a embarcarse, con una maleta en la que apenas había un puñado de libros y muy poco dinero. Se trataba de estar dispuesto a vivir como una rata. Se trataba de conocer a otros aventureros de un oficio de gitanos, sin red, sin seguridades, sin nóminas fijas y luego volver de la aventura listo para seguir peleando. El camino no sería fácil.

Cuenta Mario Camus que cuando Adolfo Aristarain llegó a España no tenía nada. Vivía de piso en piso, en una mudanza continua en la que había un puñado de libros (siempre London, Stevenson, Baroja o Conrad muy cerca) y sobre todo un grupo de amigos que vivían también en el alambre de la juventud y de ese oficio que se iba haciendo. He ahí el propio Camus, Manolo Marinero, Sancho Gracia, Pepe Sacristán, Manolo Velasco, Hans Burmann y otros valientes legionarios o marineros que hoy viven retirados, cada uno en su puerto correspondiente, o ya desaparecidos en la tempestad de la vejez y la muerte. Y el temible olvido.

Pero hace muchos años, estuvieron un rato juntos, un instante, y aprendieron unos de otros, se enseñaron unos a otros, se prestaron y regalaron libros, se alimentaron de la pasión cinéfila y lectora y en aquella España oscura y mediocre de los años sesenta crearon una tripulación que estaba dispuesta a madrugar para salir a pescar sus merluzas, las que tenían que llevarse luego a la boca. Tripulación o mejor grupo que estaba dispuesto a cuidar unos de otros, siendo cada día un poco menos ignorantes, para dar un sentido a la vida, para triunfar en la vida, en cierto modo. Siguen juntos, aunque algunos hayan desaparecido, reuniéndose en los episodios de “Los camioneros”, en el cine de Camus, en el de Aristarain, en las obras teatrales levantadas por Sancho Gracia o Pepe Sacristán, en lo que han escrito, en lo que han leído, en lo que han transmitido a otros cinéfilos o lectores. Y a partir de ahí, de esa dignidad de busca de “siempre mejorar”, pero también dignidad de extender la mano al que lo necesita, para ayudarlo, para formarlo, crearon una camaradería, como si se tratara de legionarios arrojados a un mundo hostil, contra el que se rebelaron. Ese mundo hostil, como el de los legionarios de “La bandera” de Pierre Mac Orlan, sólo es combatido desde el grupo unido. Difícilmente desde el individuo, siempre más fácil de acogotar y destruir. Los amigos se cuidan entre sí.

Pero es posible vivir así, es posible levantar una película con amigos que se unen para financiar un proyecto porque se apasionan por él, como en el caso de Aristarain con “La parte del león” o con la cooperativa de “Un lugar en el mundo”, en la que la ficción está tan tan cercana a la realidad, siendo quizá la realidad misma. La rata Aristarain ya era otra cosa, dotada de una fuerza interior, del espíritu de lucha de un boxeador mejicano en un retrato de Jack London. Es una manera de combatir un sistema que pretende atar a todos en una manera de pensar única, para que el individuo no se rebele y no cuestione ese sistema.

Y así el joven jugador de baloncesto, Camus, o el traductor Aristarain, leyendo, leyendo, leyendo, bebiendo, bebiendo, bebiendo (entre amigos) y trabajando, trabajando, trabajando, dejaron de ser desahuciados para convertirse en gigantes. Y los gigantes hicieron muchas películas algunas buenas y otras digamos que no tanto, pero se hicieron gigantes a sí mismos, independientes, libres, dispuestos a decir las cosas como las piensan (a unos les gustará y a otros no les gustará lo que tienen que decir). Antes que a todos ellos les lleve la nave del olvido, antes que desaparezcan en su fortín, y también cuando lo hagan, las películas, los guiones, las interpretaciones de aquellos actores y cineastas, seguirán ahí, en viejas películas en 35 milímetros, en DVD o VHS arrinconados, en festivales u homenajes armados por los que les admiran, dispuestos a susurrarles sus secretos, los secretos que enseñan como dejaron de ser ratas para convertirse en gigantes.

CAPITÁN WELLER: Sargento...
SARGENTO: Dígame, mi capitán...
CAPITÁN WELLER: Si sale con vida de esto, hágase cargo de mis papeles... Hay una historia sin final, pero me gusta creer que se puede salvar...
SARGENTO: Lo haré, mi capitán...
(del guión cinematográfico de La bandera, de Adolfo Aristarain y Mario Camus)


Sergio Casado, Abril 2013.

El BAFICI arranca el 10 de abril de 2013 con una retrospectiva que homenajea el cine de Adolfo Aristarain.
(fotografía: Rodaje de "Un lugar en el mundo", gentileza de José Sacristán)

No hay comentarios:

Publicar un comentario