22 mayo, 2014

Adolfo Aristarain: Signos de un gran cineasta

Fragmento del capítulo "Signos de un gran cineasta", del libro "ADOLFO ARISTARAIN. Un nuevo humanismo".


(...) Este retrato de Aristarain es caótico. Pero así ha surgido. ¿Cómo arrancar? Con la foto de Alfonso, con las pistas que siento me llevan a alguna parte. Entonces, pensando en otro punto de partida, releo el correo que Adolfo me envió cuando le pregunté por su apellido, por los Aristarain : “El libro Los vascos en Argentina editado por la fundación Juan de Garay en el 2000 dice: Significado del apellido: Robledal (otros dicen con más justeza Cumbre de robles)”.

Adolfo continúa escribiendo lo siguiente sobre sus ancestros: “La familia es originaria de Juslapeña, un pueblo, ahora sólo valle, cercano a Pamplona. Martín Aristarain, hijo de Francisco y Josefa Gracia Iorosteguy y su mujer Josefa Antonia Zubillaga, hija de Juan José y Magdalena Macassara llegaron a Montevideo hacia 1860. Allí o en Tacuarembó nació mi abuelo José Francisco Aristarain en 1866 y pasó más tarde a Curuzú Cuatiá, provincia de Corrientes. Se casó con Francisca Di Toro (italiana). Se vinieron a Buenos Aires y tuvieron 11 hijos, entre ellos mi padre. Había más hermanos de Martín en Juslapeña que se fueron a Donostia. En las veces que fui a Donostia hice averiguaciones y no apareció ningún pariente. Sé que algunos fueron a Estados Unidos. No conocí a ninguno de mis abuelos (ni paternos ni maternos). Lo único que conservo de mi abuelo es un programa del teatro San Fructuoso de Tacuarembó, Uruguay, del sábado 26 de febrero de 1898 en el que anuncian que se escuchará una sinfonía al piano por el profesor Sr. Aristarain y luego se lo anuncia acompañando con otras sinfonías dos obras de teatro. Sabemos que luego se ganaba la vida acompañando al piano películas mudas. Ahí tienes mi vena artística y cinematográfica. Hay un árbol genealógico hecho en Donostia que encargó alguna vez mi padre pero es muy extenso y tiene el dibujo del escudo en oro verde y oro. Quien tenía mucha información era un primo hermano mío, Miguel Ángel, que ya murió y los papeles que juntaba quien sabe dónde están.”

¿Y la rama materna? Adolfo lo resume así: “Mis abuelos maternos eran italianos del sur, de los Abruzzos: Domingo Tamburri y Maria Patricia Carfagna y tuvieron a Roma y a mi tío Ateo Bruno Argentino. Mi abuelo era librepensador (o anarquista) y trabajaba como inspector de cereales. Se instalaron en un pueblo de la provincia y sacó un periódico llamado Prometeo. Murió joven y según suponen, aunque no hubo pruebas, lo envenenaron entre los curas y el médico.”

La foto de Alfonso Reyes y los ancestros. Son dos pistas. Sigo echando un vistazo a mi cuaderno blanco y encuentro algo. Pienso en la amistad de dos tipos que comparten un mismo oficio, el del cine: Son Adolfo Aristarain y Mario Camus.

Leo lo que he escrito: “La historia de Adolfo Aristarain, de sus viejos amigos que son parte de ella, es una gran aventura, la de un cineasta. Buscando la esencia, recuerdo de nuevo un instante en la conversación con Mario Camus... La historia de Roma, la ficción de la película de 2004, es un poco la de Aristarain, a veces.. Pero la ficción la escribieron juntos Adolfo, Mario y Kathy Saavedra.”

Entonces releo lo que Mario Camus me dijo sobre el origen de ese trabajo: “... Cuando él me llamó yo le pregunté de que iba esa historia. Cuéntame de que va esa historia y yo te digo si entro o no entro porque para no ayudarte no entro. Yo lo conté en un texto que escribí para el festival de San Sebastián pero él lo suprimió porque no lo había metido en la película. Cuando él me llamó me dijo: Voy a contar la historia de un niño al que su madre lleva al cine cuando tiene ocho años. Le sienta en la butaca, le deja un bocadillo y le dice: “Luego te vengo a buscar”. Y yo le dije: Estás hablando de Roma. Y dice: Sí, sí, estoy hablando de mi madre. Pues eso yo lo hice en el guión, pero luego lo quitó. Está bien. Él sabe muy bien... él sabe hacer en el guión el ritmo de la película. Eso es muy complicado para un cineasta.”

Un cineasta trabaja con materiales de lo cotidiano, de lo que nos pasa y es difícil explicar. Pero lo grandioso es que el cine se convierte en un terreno donde es posible manejar esto, donde es posible recrear la realidad. Mario Camus escribió y sintetizó sobre esos intérpretes, el logro de actores y actrices que nos llevan al milagro cinematográfico: “Más que apariencia de verdad, parece la verdad misma”.

Además de este recuerdo de una infancia en la que el cine representa un momento mágico, de la foto de Alfonso, del texto de Adolfo sobre sus ancestros, tenía una expresión de Mario sobre lo que representa el cine de Adolfo. Esa expresión no ha dejado de revolotear en mi cabeza: “Un nuevo humanismo”. Es una manera de definir de modo conciso la manera de hacer, de contar, de este director argentino.

Vuelve el recuerdo de la conversación con Mario, la reflexión sobre el cine de Adolfo:

- El asunto está en que uno ha vivido durante cerca de cincuenta años sin patrón. Hace falta cierta inconsciencia o valor... meterte en ese mundo de hacer películas... era un mundo cerrado para nosotros. Pero nunca haré algo que sea contra mi... yo he vivido como un gitano... Y Adolfo no tenía nada. Iba cogiendo ladrillos. Cogió un apartamento y con los ladrillos iba haciendo su librería. Y ahí tenía sus treinta, cuarenta o cien libros.
- La maravilla, para mí, es ese encuentro vuestro. Visto desde fuera, ¿qué pinta un tipo de Cantabria con un argentino? Luego ves lo que os une y estáis el uno al lado del otro.
- En definitiva, a pesar de la edad, nos nutríamos de los mismos autores. Él tenía ese componente que es fascinante pero yo no lo entiendo muy bien y que es el jazz.

Entonces leo esa cita que apunté cuando Adolfo habla del cine: “Lo más parecido que encontré de una definición del cine es que tiene mucho que ver con el jazz. Es decir, como ritmo, como forma musical, el hecho de que tenga swing, que tenga suspenso, que no sólo se resuelva una idea, que se resuelva esa idea pero modificada. Todo eso tiene mucho que ver. Bill Evans, en la portada de Kind of blue, un LP que hizo con Miles Davis, comparaba el jazz con una forma de pintura que hay en China. Se hace sobre un papel húmedo muy débil y en el cual los trazos son únicos. No se puede corregir porque se rompe el papel. Entonces el pintor está improvisando, y tiene que saber muy de antemano lo que quiere decir. Creo que esto funciona muy bien para el cine así como para el jazz. Puedes hacer varias tomas en cine o en jazz, pero llega un punto en que se acabó la grabación y eso quedó.”

- Tiene razón. ¿Has leído la autobiografía de Davis?
- Sí, sí. Bueno, leí la edición anterior. Creo que ahora la han reeditado en Alba.
- Adolfo tiene razón. Pero lo que pasa es que estamos siempre dentro del misterio. El jazz es el misterio. ¿Por dónde va a salir éste? No sabes por donde va a salir. Siempre sale (porque si no, no se hablaría de él), siempre sale con algo armónico con lo anterior, siempre sale no con otra historia sino con la misma historia afinada, reproducida, repetida. Son las variaciones sobre un tema... Las historias pequeñas, los diálogos pequeños que aparentemente no tienen ninguna funcionalidad sí la tienen en el desarrollo total de la película.

Dejo de escribir sobre el teclado del viejo ordenador portátil y me distraigo por un momento con el recorte del Heraldo, con la foto de Alfonso Reyes. Leo una reflexión de Adolfo: “Mi idea es que la narración te enganche como si fuera una buena novela. Estás exigiendo concentración y mucha complicidad por parte del espectador. Lo que hago es pedirle que se convierta en un tipo pensante que va construyendo cosas que yo le doy juntas, pero no masticadas.”


Era una reflexión a propósito de la película Roma. En mi mesa hay también un ejemplar del libro de Adolfo que contiene los guiones de Martín (Hache), Lugares comunes y Roma. Algunas páginas están manchadas por una copa de vino que derramé encima. El libro tiene una carta dentro y páginas marcadas. Leo lo que dice un párrafo concreto, escrito por Adolfo Aristarain. Ese texto me recuerda a ese cine con espíritu de jazz: “Cada plano, cada ángulo de cámara, cada inflexión de voz, cada gesto, cada mirada, cada silencio: absolutamente todo, cada elección formal o argumental en una película refleja sin piedad lo que es el director como persona.” (...)