19 abril, 2018

Regalar libros. (capítulo completo)


Regalar libros




 "Todo lo tocante a los libros es mágico" 
(Blaise Cendrars, Trotamundear )




En noviembre de 2008 recibo una carta de Eusebio Poncela. Le pedí por teléfono que escribiera a mano algo sobre Adolfo. Un recuerdo, un momento de rodaje, algo personal sobre el director argentino. Vuelvo a abrir el sobre y la releo: “Adolfo es un amigo. Si nuestra amistad ha sobrevivido al caos de Pepe Carvalho, a las duras exigencias de Martín H, a los vaivenes de nuestras propias vidas, a los distintos hemisferios y teniendo en cuenta que Aristarain y yo somos ya chicos grandes, casi aseguraría que ésta es una amistad para toda la vida. Que así sea.”

Pensar en la carta de Eusebio me ha recordado un instante de su interpretación de Pepe Carvalho. Es una secuencia en la que aparece el detective regalando una novela de Conrad a su hija. Inimaginable en versión de Montalbán. Ese instante de ese capítulo representa lo que es el cine de Adolfo, su representación de la amistad y de los afectos. Luego pienso en Roma, en el momento en que aparece Alicia (Marina Glezer) regalando un libro a Joaco (Juan Diego Botto). Es “Vidas imaginarias”, de Schwob. La recreación de la lectura se repite, se repite, se repite. Regalar libros es invitar a pensar.

Quiero escribir sobre esto. Entonces recuerdo una frase de Marina Glezer: “Adolfo Aristarain hace actuar hasta a las plantas”. Le he pedido pequeños recuerdos sobre su trabajo con Adolfo. La madre de Marina era asistente de dirección en los 70 hasta que los militares cierran la escuela de cine de Argentina y los militares persiguen a sus padres y se tienen que exiliar a Brasil. Es brasileña pero hija de exiliados argentinos. Eran intelectuales argentinos: “Cuando volvimos, Bruno (Aristarain) y yo compartíamos el mismo pediatra.” Marina Glezer, de la misma edad que el hijo de Adolfo, leyó el guión de Roma y se enamoró del personaje de Alicia. Con su trabajo como actriz puede reivindicar la lucha de sus padres o la de Adolfo Aristarain, en esa Argentina siniestra que tuvieron que sufrir cuando los militares toman el poder y eliminan a todos los que no piensan como ellos. A esa gente no se le puede hablar de leer libros, son de los que no los soportan, ni soportan a los que leen o buscan leer.

De algún modo la lectura nos salva. A Slocum, en su camarote cuando se presenta la tempestad o el mal tiempo. Si me quedo parado en lo que escribo o las cosas se ponen mal, es tan sencillo como coger un libro, hay miles que están pidiendo que te los regales a ti mismo o a otros.

Estoy con Marina Glezer y hablamos de Aristarain, Camus, Desanzo... de las dificultades que hay para levantar una película. Sus veleros lo tienen difícil en tiempos del cine hecho para centros comerciales. Glezer fue Alicia en Roma y me cuenta como ve a cineastas como Aristarain: “Tienen unas brújulas impresionantes. Yo lo único que hice fue ponerme a sacar el agua, con la escoba, como mande capitán...” Y pienso en una conversación telefónica cuando me cuenta ella como ve su cine: “Es una persona que cuida mucho los personajes, es un cine de autor, narrativo, literario. Nunca es un cine anecdótico. La calidad narrativa es excepcional. Siento que usa datos autobiográficos con un punto intelectual con el que coincido, más realista. Lo que hace es abrir ventanas por las que lanza una invitación a la literatura”.

Estoy preparando un texto titulado “Regalar libros”. Hay libros por todas partes, en lo que estos veteranos han leído, pensado adaptar al cine o efectivamente adaptado y rodado. Ahí surge la esencia de cineastas lectores. El propio Aristarain se ha referido a sí mismo como una “rata de biblioteca” y lee cómics como Ben Bolt: “Me cambiaron la visión del héroe invencible por gente con rasgos humanos, defectos, pero con sentido del honor, de la lealtad y la amistad. Creo que Oesterheld, junto con London y Stevenson, nos dieron el placer de la aventura vivida por gente que sentíamos podíamos ser nosotros, los lectores, metidos en esas situaciones. Es curioso que esos valores morales o sociales sigan vigentes en lo que uno siente o piensa”.

Alguien que lee y comprende será más difícil de manipular. Mal asunto cuando aparecen los que te dicen que no leas, o que ellos no leen y les va muy bien. Estoy hablando con Mario de Fortunata y Jacinta y reflexiona sobre esto:

La gente piensa que leer a Galdós es un signo de los ricos. ¡Qué no! Que eso de leer es una cosa que puede hacer usted y además hay bibliotecas. Y en las bibliotecas municipales hay de todo. Y dicen: ¡Eso es para los que no tienen nada que hacer! Hay un tipo de burgués medio raro, esos tíos atravesados, siempre cabreados que no leen ni dejan leer. Y lo que hacen es mandar al hijo a estudiar inglés y que vuelva y se meta a trabajar en un banco...”
Y te intentan desanimar para que no leas... Eso es lo que más me fastidia.”
No es motivo de charla. Fíjate que podría haber charlas como en Inglaterra. Fíjate en la diferencia que pueda haber con Argentina. Este tipo de cultura, de curiosidad, está satisfecha. Los obreros habían leído a Borges, no a todo Borges, pero lo habían leído. Y no te digo tipos como Adolfo, con una cultura libresca impresionante. Las librerías de la calle Lavalle, que las citan en Roma... y los libros no estaban en estanterías como aquí. Estaban en mesas, en grandes espacios en mesas. Había cientos, miles de libros. Eso era impresionante. Que sea efímero, que lo cultiven, eso ya es otra cosa. Pero cualquier actor argentino... puedes estar hablando con él de literatura más tiempo...”

Nos interrumpe Lucas, uno de los perros de Mario. Pienso en la mañana que Carlos y yo, desorientados con el GPS, llegamos a la casa de Mario. Y mientras le explicaba mi aventura escribiendo sobre Aristarain, todavía confuso y sorprendido ante el lugar que nunca has visto, ante los libros que hay por todas partes, me fijo en el que tiene en su mesa, que supongo estaba leyendo en aquel momento. Y se me va la cabeza a otro recuerdo.

Cuando saco el tema de los libros, Pepe Sacristán sonríe y recuerda con placer el significado de Roma, de la efervescencia de Buenos Aires y la formación de Adolfo. Comparte ese entusiasmo por Hemingway o Stevenson, el cariñoso recuerdo a Dumas en sus dos películas juntos. Entonces compara ese Buenos Aires con el Madrid culturalmente siniestro, triste y vulgar de la dictadura franquista: “Hemos ido formándonos como hemos podido, leyendo... Yo conozco muy bien Argentina y hay un cosmopolitismo latente, muy evidente, que influye en la personalidad. Hay una referencia al cine de género. Se me ocurre que Adolfo es argentino y lo que ocurre en una ciudad como Buenos Aires. Mientras aquí pasaban otras cosas”.

Adolfo Aristarain podía no tener dinero en sus bolsillos, pero el lector lee: “La adolescencia fue una búsqueda caótica de literatura, sin más guía que las recomendaciones de amigos, o libros de viejo comprados al azar que te gustaban y buscabas más del mismo autor o de los autores que el tipo nombraba como sus pares. Yo vivía en las librerías de viejo de Corrientes y como no tenía guita compraba por intuición o por algo que te atraía en las solapas o hojeando libros desconocidos y que en un párrafo podías darte cuenta del estilo, de la ideología y si podía interesarte o no. Leía de todo, bueno y malo, pero todo sirvió. Leía también en inglés, lo cual ampliaba el panorama y trataba de rehuir las traducciones”.

En 1977 las cosas están difíciles pero es curioso lo activos que están en los mismos años Camus y Aristarain, a miles de kilómetros el uno del otro. A ninguno de los dos les hace mucha gracia coger aviones. Menos a Camus, que hace años que no coge uno, pero sí que cogió uno para visitar a su amigo Adolfo. Él había estado en el festival de Karlovy Vary, en zona comunista, y venía de hacer Los días del pasado, con Marisol y Antonio Gades. En Buenos Aires se fue con su amigo Adolfo al boxeo y a ver en la filmoteca la ópera prima del argentino, La parte del león. En la hora de la despedida, listos para el ritual del Jack Daniel´s de despedida, a Camus casi no le dejan salir del país. Era una Argentina muy siniestra.

Pero Aristarain supo escapar de la censura, también con sus películas Tiempo de revancha y Últimos días de la víctima. Triunfa definitivamente, se asienta como director a la vez que su amigo Camus está en su mejor momento creativo, con series de televisión y con películas como La colmena.

Son ya muchos años”, dice en un momento determinado Mario Camus, sentado en su butacón. Me repite que todo lo de Adolfo lo tiene metido en la cabeza: “Tienes que estudiar bien sus películas, las últimas. Y Tiempo de revancha”. Le gusta el cine de su amigo, y cuando una película no le ha gustado tanto también se lo dice. Habla de “Benito Cereno”, la novela de Melville, que Aristarain pensó adaptar, o más específicamente de “Azar” de Conrad: “Esas novelas decimonónicas son muy difíciles”. Un libro, un autor, sugieren recuerdos, se acuerda de Aldecoa: “Ignacio era muy conradiano”. Me habla de cuanto le gusta a él la literatura de Patrick O´Brien y luego, con Carlos, bajamos a la cocina. También está repleta de libros. Busca la literatura policíaca y saca varios libros de David Goodis, que Adolfo le regaló: “Éstos le gustaban mucho... y este de Horace McCoy”.

Uno no puede dejar de detenerse en más y más libros. Le pregunto a Adolfo por autores, por libros: “Con Mario compartimos a Conrad, Stevenson, Baroja, Hammett, Chandler, etc. A la gente que lee no le puedes preguntar por preferidos o por libros en particular. No clasificamos ni elegimos los supuestamente mejores. La obra de cada uno es una suma de sus cualidades y todos te van formando”. Me dice que las conexiones literarias son muy vagas, muy extensas y no se centran en una novela o un escritor.

Y a la mínima hablamos de Baroja. En una carta le cuento que ando tras “Los amores tardíos”, una novela que Mario pensó adaptar. Es una espina clavada para Mario, no haber podido hacer una adaptación de esa u otra novela o cuento del escritor vasco. Mario enlaza una cosa con otra, me habla de la estructura de “El gran torbellino del mundo”, de la misma trilogía, de un modo narrativo que luego Hemingway también usó. Se entusiasma hablando de libros, de la correspondencia de Hemingway y Scott Fitzgerald. Si saco a relucir “La venta de Mirambel”, hablando de Aragón, me sugiere alguna reflexión de Julio Caro Baroja en “Conversaciones en Itzea”. Un libro siempre lleva a otro. Y entonces cita a Ortega y Gasset definiendo a don Pío: “Novelistas hay muchos, pero sensibilidad trascendente sólo Baroja”. Busca un fragmento de sus memorias, nos lo lee; lo tiene subrayado: “Hay muchas cosas de él que no me gusta perder”.

Aquí en mi bitácora tengo unas líneas de Adolfo: “Ya que estás con Baroja y si no lo has leído, te recomiendo sus memorias, dos tomos muy gordos llamados Desde la última vuelta del camino. Maravillosos”. En otro correo anterior también vuelve a aparecer otro sueño de Adolfo: “De Baroja me gustaría hacer para Televisión Española Memorias de un hombre de acción, pero creo que el presupuesto es prohibitivo”.

Don Pío deslumbra. Cuando efectivamente leí sus memorias, esos tomos tan gordos, mi entusiasmo era absoluto. Escribí esto: “Baroja es como un faro en estos tiempos oscuros. Su sencillez y su naturalidad afrontando la vida, su lucidez, decir las cosas como son, lo que piensa, invita siempre a leerlo y releerlo.” La síntesis de Adolfo ante mi descubrimiento fue rápida: “Baroja nunca defrauda.”

Los sueños y los proyectos que se quedaron en el camino son innumerables. A cada instante te encuentras con alguno. Mario cuenta que resulta difícil presentar un guión a un productor, con una historia de Chejov, cuando ni siquiera sabe quien es el tal Chejov. Hay que explicarle quien es y luego cual es la historia a alguien que seguramente no le interesa nada Chejov ni ningún otro escritor. Es difícil luchar con monigotes, mercaderes y depredadores del cine. Los hay, como en el resto de oficios.

Mientras tanto, a leer. A regalar libros y abrir ventanas y comunicarse. El día que Carlos y yo conocemos a Mario, tiene en su mesa “Recuerdos de Gustav Mahler”, de Alma Mahler. Semanas después observo que allí están listos “Novela al azar” de Petros Markaris o “El chino” de Henrik Mankell. Hay libros en la mesa, hay notas, en todas partes. Es la guarida del lector. Es inabarcable, imposible de explicar la fascinación de estos tipos por los libros, por sacarles la esencia, subrayar, retener tal o cual cosa, investigar. Pura curiosidad y entusiasmo sano por su oficio. A la fuerza tienen que ser amigos. Cerca de los libros de David Goodis que Adolfo le regaló, el Spray. El viaje continúa, la búsqueda de otro libro para regalar.



("Regalar libros", capítulo completo de "Adolfo Aristarain. Un nuevo humanismo.    Sergio Casado, 2011)

*Fotografías: (1) Adolfo Aristarain en el rodaje de Martín (Hache)   (2) Los libros de David Goodis de Adolfo Aristarain, guardados por Mario Camus. 








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