Regalar libros
(Blaise Cendrars, Trotamundear )
En
noviembre de 2008 recibo una carta de Eusebio Poncela. Le pedí por
teléfono que escribiera a mano algo sobre Adolfo. Un recuerdo, un
momento de rodaje, algo personal sobre el director argentino. Vuelvo
a abrir el sobre y la releo: “Adolfo es un amigo. Si nuestra
amistad ha sobrevivido al caos de Pepe
Carvalho,
a las duras exigencias de Martín
H,
a los vaivenes de nuestras propias vidas, a los distintos hemisferios
y teniendo en cuenta que Aristarain y yo somos ya chicos grandes,
casi aseguraría que ésta es una amistad para toda la
vida. Que así sea.”
Pensar
en la carta de Eusebio me ha recordado un instante de su
interpretación de Pepe Carvalho. Es una secuencia en la que aparece
el detective regalando una novela de Conrad a su hija. Inimaginable
en versión de Montalbán. Ese instante de ese capítulo representa
lo que es el cine de Adolfo, su representación de la amistad y de
los afectos. Luego pienso en Roma,
en el momento en que aparece Alicia (Marina Glezer) regalando un
libro a Joaco (Juan Diego Botto). Es “Vidas imaginarias”, de
Schwob. La recreación de la lectura se repite, se repite, se
repite. Regalar libros es invitar a pensar.
Quiero
escribir sobre esto. Entonces recuerdo una frase de Marina Glezer:
“Adolfo Aristarain hace actuar hasta a las plantas”. Le he
pedido pequeños recuerdos sobre su trabajo con Adolfo. La madre de
Marina era asistente de dirección en los 70 hasta que los militares
cierran la escuela de cine de Argentina y los militares persiguen a
sus padres y se tienen que exiliar a Brasil. Es brasileña pero hija
de exiliados argentinos. Eran intelectuales argentinos: “Cuando
volvimos, Bruno (Aristarain) y yo compartíamos el mismo pediatra.”
Marina Glezer, de la misma edad que el hijo de Adolfo, leyó el
guión de Roma
y se enamoró del personaje de Alicia. Con su trabajo como actriz
puede reivindicar la lucha de sus padres o la de Adolfo Aristarain,
en esa Argentina siniestra que tuvieron que sufrir cuando los
militares toman el poder y eliminan a todos los que no piensan como
ellos. A esa gente no se le puede hablar de leer libros, son de los
que no los soportan, ni soportan a los que leen o buscan leer.
De
algún modo la lectura nos salva. A Slocum, en su camarote cuando se
presenta la tempestad o el mal tiempo. Si me quedo parado en lo que
escribo o las cosas se ponen mal, es tan sencillo como coger un
libro, hay miles que están pidiendo que te los regales a ti mismo o
a otros.
Estoy
con Marina Glezer y hablamos de Aristarain, Camus, Desanzo... de las
dificultades que hay para levantar una película. Sus veleros lo
tienen difícil en tiempos del cine hecho para centros comerciales.
Glezer fue Alicia en Roma
y me cuenta como ve a cineastas como Aristarain: “Tienen unas
brújulas impresionantes. Yo lo único que hice fue ponerme a sacar
el agua, con la escoba, como mande capitán...” Y pienso en una
conversación telefónica cuando me cuenta ella como ve su cine: “Es
una persona que cuida mucho los personajes, es un cine de autor,
narrativo, literario. Nunca es un cine anecdótico. La calidad
narrativa es excepcional. Siento que usa datos autobiográficos con
un punto intelectual con el que coincido, más realista. Lo que hace
es abrir ventanas por las que lanza una invitación a la literatura”.
Estoy
preparando un texto titulado “Regalar libros”. Hay libros por
todas partes, en lo que estos veteranos han leído, pensado adaptar
al cine o efectivamente adaptado y rodado. Ahí surge la esencia de
cineastas lectores. El propio Aristarain se ha referido a sí mismo
como una “rata de biblioteca” y lee cómics como Ben
Bolt:
“Me cambiaron la visión del héroe invencible por gente con rasgos
humanos, defectos, pero con sentido del honor, de la lealtad y la
amistad. Creo que Oesterheld, junto con London y Stevenson, nos
dieron el placer de la aventura vivida por gente que sentíamos
podíamos ser nosotros, los lectores, metidos en esas situaciones.
Es curioso que esos valores morales o sociales sigan vigentes en lo
que uno siente o piensa”.
Alguien
que lee y comprende será más difícil de manipular. Mal asunto
cuando aparecen los que te dicen que no leas, o que ellos no leen y
les va muy bien. Estoy hablando con Mario de Fortunata
y Jacinta
y reflexiona sobre esto:
“La
gente piensa que leer a Galdós es un signo de los ricos. ¡Qué no!
Que eso de leer es una cosa que puede hacer usted y además hay
bibliotecas. Y en las bibliotecas municipales hay de todo. Y
dicen: ¡Eso es para los que no tienen nada que hacer! Hay un tipo
de burgués medio raro, esos tíos atravesados, siempre cabreados que
no leen ni dejan leer. Y lo que hacen es mandar al hijo a estudiar
inglés y que vuelva y se meta a trabajar en un banco...”
“Y
te intentan desanimar para que no leas... Eso es lo que más me
fastidia.”
“No
es motivo de charla. Fíjate que podría haber charlas como en
Inglaterra. Fíjate en la diferencia que pueda haber con Argentina.
Este tipo de cultura, de curiosidad, está satisfecha. Los obreros
habían leído a Borges, no a todo Borges, pero lo habían leído. Y
no te digo tipos como Adolfo, con una cultura libresca impresionante.
Las librerías de la calle Lavalle, que las citan en Roma...
y los libros no estaban en estanterías como aquí. Estaban en mesas,
en grandes espacios en mesas. Había cientos, miles de libros. Eso
era impresionante. Que sea efímero, que lo cultiven, eso ya es otra
cosa. Pero cualquier actor argentino... puedes estar hablando con él
de literatura más tiempo...”
Nos
interrumpe Lucas, uno de los perros de Mario. Pienso en la mañana
que Carlos y yo, desorientados con el GPS, llegamos a la casa de
Mario. Y mientras le explicaba mi aventura escribiendo sobre
Aristarain, todavía confuso y sorprendido ante el lugar que nunca
has visto, ante los libros que hay por todas partes, me fijo en el
que tiene en su mesa, que supongo estaba leyendo en aquel momento.
Y se me va la cabeza a otro recuerdo.
Cuando
saco el tema de los libros, Pepe Sacristán sonríe y recuerda con
placer el significado de Roma,
de la efervescencia de Buenos Aires y la formación de Adolfo.
Comparte ese entusiasmo por Hemingway o Stevenson, el cariñoso
recuerdo a Dumas en sus dos películas juntos. Entonces compara ese
Buenos Aires con el Madrid culturalmente siniestro, triste y vulgar
de la dictadura franquista: “Hemos ido formándonos como hemos
podido, leyendo... Yo conozco muy bien Argentina y hay un
cosmopolitismo latente, muy evidente, que influye en la personalidad.
Hay una referencia al cine de género. Se me ocurre que Adolfo es
argentino y lo que ocurre en una ciudad como Buenos Aires. Mientras
aquí pasaban otras cosas”.
Adolfo
Aristarain podía no tener dinero en sus bolsillos, pero el lector
lee: “La adolescencia fue una búsqueda caótica de literatura, sin
más guía que las recomendaciones de amigos, o libros de viejo
comprados al azar que te gustaban y buscabas más del mismo autor o
de los autores que el tipo nombraba como sus pares. Yo vivía en las
librerías de viejo de Corrientes y como no tenía guita compraba por
intuición o por algo que te atraía en las solapas o hojeando libros
desconocidos y que en un párrafo podías darte cuenta del estilo, de
la ideología y si podía interesarte o no. Leía de todo, bueno y
malo, pero todo sirvió. Leía también en inglés, lo cual ampliaba
el panorama y trataba de rehuir las traducciones”.
En
1977 las cosas están difíciles pero es curioso lo activos que están
en los mismos años Camus y Aristarain, a miles de kilómetros el uno
del otro. A ninguno de los dos les hace mucha gracia coger aviones.
Menos a Camus, que hace años que no coge uno, pero sí que cogió
uno para visitar a su amigo Adolfo. Él había estado en el
festival de Karlovy Vary, en zona comunista, y venía de hacer Los
días del pasado,
con Marisol y Antonio Gades. En Buenos Aires se fue
con su amigo Adolfo al boxeo y a ver en la filmoteca la ópera prima
del argentino, La
parte del león.
En la hora de la despedida, listos para
el ritual del Jack
Daniel´s
de despedida, a Camus casi no le dejan salir del país. Era una
Argentina muy siniestra.
“Son
ya muchos años”, dice en un momento determinado Mario Camus,
sentado en su butacón. Me repite que todo lo de Adolfo lo tiene
metido en la cabeza: “Tienes que estudiar bien sus películas, las
últimas. Y Tiempo
de revancha”.
Le gusta el cine de su amigo, y cuando una película no le ha
gustado tanto también se lo dice. Habla de “Benito Cereno”, la
novela de Melville, que Aristarain pensó adaptar, o más
específicamente de “Azar” de Conrad: “Esas novelas
decimonónicas son muy difíciles”. Un libro, un autor, sugieren
recuerdos, se acuerda de Aldecoa: “Ignacio era muy conradiano”.
Me habla de cuanto le gusta a él la literatura de Patrick O´Brien y
luego, con Carlos, bajamos a la cocina. También está repleta de
libros. Busca la literatura policíaca y saca varios libros de David
Goodis, que Adolfo le regaló: “Éstos le gustaban mucho... y este
de Horace McCoy”.
Uno
no puede dejar de detenerse en más y más libros. Le pregunto a
Adolfo por autores, por libros: “Con Mario compartimos a Conrad,
Stevenson, Baroja, Hammett, Chandler, etc. A la gente que lee no le
puedes preguntar por preferidos o por libros en particular. No
clasificamos ni elegimos los supuestamente mejores. La obra de cada
uno es una suma de sus cualidades y todos te van formando”. Me
dice que las conexiones literarias son muy vagas, muy extensas y no
se centran en una novela o un escritor.
Y
a la mínima hablamos de Baroja. En una carta le cuento que ando
tras “Los amores tardíos”, una novela que Mario pensó adaptar.
Es una espina clavada para Mario, no haber podido hacer una
adaptación de esa u otra novela o cuento del escritor vasco. Mario
enlaza una cosa con otra, me habla de la estructura de “El gran
torbellino del mundo”, de la misma trilogía, de un modo narrativo
que luego Hemingway también usó. Se entusiasma hablando de libros,
de la correspondencia de Hemingway y Scott Fitzgerald. Si saco a
relucir “La venta de Mirambel”, hablando de Aragón, me sugiere
alguna reflexión de Julio Caro Baroja en “Conversaciones en
Itzea”. Un libro siempre lleva a otro. Y entonces cita a Ortega y
Gasset definiendo a don Pío: “Novelistas hay muchos, pero
sensibilidad trascendente sólo Baroja”. Busca un fragmento de sus
memorias, nos lo lee; lo tiene subrayado: “Hay muchas cosas de él
que no me gusta perder”.
Aquí
en mi bitácora tengo unas líneas de Adolfo: “Ya que estás con
Baroja y si no lo has leído, te recomiendo sus memorias, dos tomos
muy gordos llamados Desde
la última vuelta del camino. Maravillosos”.
En otro correo anterior también vuelve a aparecer otro sueño de
Adolfo: “De Baroja me gustaría hacer para Televisión Española
Memorias
de un hombre de acción,
pero creo que el presupuesto es prohibitivo”.
Don
Pío deslumbra. Cuando efectivamente leí sus memorias, esos tomos
tan gordos, mi entusiasmo era absoluto. Escribí esto: “Baroja es
como un faro en estos tiempos oscuros. Su sencillez y su naturalidad
afrontando la vida, su lucidez, decir las cosas como son, lo que
piensa, invita siempre a leerlo y releerlo.” La síntesis de
Adolfo ante mi descubrimiento fue rápida: “Baroja nunca defrauda.”
Los
sueños y los proyectos que se quedaron en el camino son
innumerables. A cada instante te encuentras con alguno. Mario
cuenta que resulta difícil presentar un guión a un productor, con
una historia de Chejov, cuando ni siquiera sabe quien es el tal
Chejov. Hay que explicarle quien es y luego cual es la historia a
alguien que seguramente no le interesa nada Chejov ni ningún otro
escritor. Es difícil luchar con monigotes, mercaderes y
depredadores del cine. Los hay, como en el resto de oficios.
Mientras
tanto, a leer. A regalar libros y abrir ventanas y comunicarse. El
día que Carlos y yo conocemos a Mario, tiene en su mesa “Recuerdos
de Gustav Mahler”, de Alma Mahler. Semanas después observo que
allí están listos “Novela al azar” de Petros Markaris o “El
chino” de Henrik Mankell. Hay libros en la mesa, hay notas, en
todas partes. Es la guarida del lector. Es inabarcable, imposible
de explicar la fascinación de estos tipos por los libros, por
sacarles la esencia, subrayar, retener tal o cual cosa, investigar.
Pura curiosidad y entusiasmo sano por su oficio. A la fuerza tienen
que ser amigos. Cerca de los libros de David Goodis que Adolfo le
regaló, el Spray.
El viaje continúa, la búsqueda de otro libro para regalar.
("Regalar libros", capítulo completo de "Adolfo Aristarain. Un nuevo humanismo. Sergio Casado, 2011)
*Fotografías: (1) Adolfo Aristarain en el rodaje de Martín (Hache) (2) Los libros de David Goodis de Adolfo Aristarain, guardados por Mario Camus.